martes, 4 de marzo de 2008

Paciencia



Paciencia le había abandonado meses atrás. Vivía en un mundo creado de nervios, que hasta su Sombra, cansada de tanta agitación y de no poder seguirle en la vida, también le había dejado. Le avisó, pero como no pudo pararse a escucharla, no le hizo ni el más mínimo caso. Así que un día su Sombra se quedó en la cama y no se levantó, y él, preso de sus nervios salió a la calle, a recorrerla sin rumbo, sin sentido, sin Sombra. Se enfadaba cada mañana con el despertador por no sonar antes de la hora que el mismo había fijado. Nunca llegaba a afeitarse del todo, media cara se quedaba llena de pelos, por esto iba alternando la mejilla cada día. Caminaba como si le persiguiera la muerte, si iba en el bus se bajaba antes porque no soportaba tantos semáforos y paradas, no terminaba ni un café, ni una comida, había adelgazado tanto que la ropa que llevaba parecía robada de un contenedor de ropa usada. Un día se cruzo con Paciencia y aunque no la vio, ella asustada y sintiéndose culpable, corrió detrás de él hasta que le dio alcance y le abrazó tan fuerte que lo tuvo paralizado más de dos horas. Sin prisa, camino de casa se tomo un café y media docena de churros, se paró a hablar con el vendedor de lotería y aún tuvo tiempo de sentarse en un banco del paseo a ver pasar la vida. Al llegar a casa charló con su Sombra, y fue Paciencia la que la convenció para que se levantara de la cama y le siguiera, eso si solo los días de cielo azul y sol radiante que son los únicos días que les gustan a las Sombras. Ahora le gusta, pacientemente, contarle a la gente que su Sombra no es robada, que es mucho más gorda que él porque un día le abandono La Paciencia...

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