lunes, 30 de noviembre de 2009

Qistes

Hace bastante que no lo veo, perdón, que no los veo. Son dos. El mayor es un anciano de más de 90 años que apenas puede caminar solo y el joven es un treintañero latinoamericano que lo acompaña cada mañana al Café Moderno. Hasta aquí todo normal, anciano que tiene un cuidador que se ocupa de él y que posiblemente vive en su misma casa. El anciano toma café solo y el joven infusión de menta. Cada día, antes de ir al Moderno, compran el periódico justo al lado de su casa. El anciano es un hombre de rutinas. De alguna manera los ancianos necesitan las rutinas igual que los niños. Una vez sentados en la misma mesa de cada día, y cuando el camarero ya les ha llevado el café solo y la infusión, el joven cuidador le lee el periódico al anciano en voz baja. Éste le escucha sin prestarle demasiada atención... hasta que llega a las páginas de las esquelas. Entonces cambia la postura corporal, más cerca del lector y escucha los nombres de las personas fallecidas el día anterior y los recordatorios de los que murieron ese mismo día pero en otro año. Espera escuchar el nombre de otro tipo, pero hasta la fecha no lo ha conseguido, no ha habido suerte. Aquel tipo le privó de algo hace muchos años y el orgullo se le enquistó. De tanto sacarlo del cajón, llegó un momento en que se quedó para siempre, orgullo crónico. Él lo sabía, pero es igual que tener otras enfermedades crónicas, son para toda la vida. Así que el orgullo le había llevado a desear que la muerte le llegara antes al otro, a desear ver su esquela en el periódico. Como hace un tiempo que no lo veo, es posible que la muerte se haya acercado antes a él que al otro tipo. No sé como se llama, si no yo mismo miraría las esquelas a diario, para ver si por fin este anciano ha podido descansar de una vez y quitarse el orgullo de encima...
http://www.youtube.com/watch?v=3TCB6SbiYZ4&feature=related

jueves, 26 de noviembre de 2009

Tenis

Anoche me tiré en el sofá y estuve viendo un partido de tenis. No suelo hacerlo pero ayer necesitaba algo así. Me gusta como se calla el publico cuando los tenistas juegan, y como gritan cuando alguno falla o hace un punto. Es curioso, se hace el silencio y es algo sagrado. No me imagino un estadio de fútbol en silencio cuando se está jugando un partido. Anoche Nadal no pudo ganar aunque pareciera un gladiador invencible con una raqueta en la mano. Al devolver un saque, le dio tan mal que la pelota terminó en la parte más alta de la grada. Cayó en las manos de un hombre que sonreía y hablaba con una mujer mientras la tele los enfocaba y todo el mundo los veía sin que ellos los supieran. Bueno todo el mundo no, unos cuantos y entre ellos un tipo que mientras cenaba descubría que su amigo  y su pareja le estaban engañando en Londres y no podía creer que fuera así. Historias así pasan todos los días. No creo que el hombre traicionado anoche durmiera demasiado, no creo que hoy haya tenido un buen día, ni creo que pase unas buenas navidades. En el fondo, anoche Nadal le hizo un favor a ese tipo que cenaba mientras veía la tele, pero eso tendrá que descubrirlo él cuando pase el tiempo. 

Todo esto forma parte de mi imaginación, no ocurrió... pero es que ayer me crucé por la calle con dos personas cogidas del brazo, que una vez me traicionaron y no sabía como contarlo... y como esto no es tenis y no tengo que estar en silencio me apetecía gritarlo......................

domingo, 22 de noviembre de 2009

Yoga

Un 20% de la población padece acrofobia (del griego "miedo a los puntos extremos") Es temor exagerado al vacío, o lo que todos conocemos como vértigo. Una de las razones que nos predispone a tener vértigo es la percepción de una situación como algo catastrófico. De pequeño tenía vértigo desde la terraza de casa de mi abuela, de mayor también sentí vértigo desde grandes alturas, o desde avionetas con hélices. De pequeño tenía vértigo a la profundidad, vértigo al asomarme a un pozo de agua, de mayor he sentido vértigo en la profundidad del mar. Llegar a 30 metros debajo del agua y asomarme al negro abismo me ha dado un vértigo casi opiáceo. De pequeño también descubrí otro tipo de vértigo. Me lo producía ella. Yo sólo era un niño pero cada vez que la veía… vértigo, cada vez que sabía que la iba a ver… vértigo, cada vez que la imaginaba… vértigo, cada vez que la soñaba… vértigo, cada vez que hablaba con ella… vértigo. De mayor he vuelto a tener el mismo vértigo, aunque entonces eran otras "ellas". Los médicos recomiendan exponerse al miedo y recurrir a técnicas de relajación como el yoga. Ahora me asomo poco desde las alturas, a las profundidades y me expongo muy poco a “ellas”. En cualquier caso estoy pensando apuntarme a yoga por si en algún momento, de manera inesperada, vuelvo a tener acrofobia… por la altura, la profundidad o por “ella”.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Niebla

Vivo en un valle con un río. Dicho así suena estupendo, quizás un poco Casa de la pradera, pero no, el Valle del Ebro es valle de viento y niebla. El viento para lo bueno y para lo malo, para limpiar el aire de humos y también para que provoque un sin fin de molestias. La niebla es otra cosa. Los días de gran estabilidad atmosférica (anticiclónicos y con ausencia total de viento) hace más frío en el valle que en la montaña, entonces la tierra pierde calor de forma muy rápida enfriando el aire de alrededor que en contacto con la humedad del río da lugar a la niebla. Enamorarse es como hacer niebla. Hace mucho tiempo que ya no estoy hecho niebla. Las razones están en mi meteorología. No consigo tener una estabilidad atmosférica, tengo más borrascas y vientos que otra cosa. No consigo perder calor interior, no encuentro un río húmedo cerca. Así es imposible. A veces me gustaría estar hecho niebla, y otras no. Cuando estoy hecho niebla no soy capaz de distinguir lo que tengo enfrente, no soy capaz de ver la realidad. Deberían fabricar gafas de ver entre la niebla para cuando uno se enamora, porque cuando vuelve a salir el sol, a veces no sé quien es esa persona de la que me enamoré cuando estaba hecho niebla y al final me quedo hecho tierra...
http://www.imeem.com/memoriza/music/37yumAFV/los-gofiones-estoy-hecho-tierra/

martes, 17 de noviembre de 2009

Trincheras

Me gusta ir a IKEA y sentarme en un sillón a ver pasar la gente. Mi preferido es el POÄNG, aunque el LILLBERG tampoco está nada mal. Me gusta observar a la pareja jovencita que le da igual una estantería BILLY que una lámpara KVART porque sólo tienen ojos para mirarse y desearse. O la otra pareja en la que ella está embarazada y con una gran ilusión miran una cuna LEKSVIK y una pizarra MÂLA para cuando la criatura sepa escribir o pintar algo. Me gusta también mirar a la pareja en la que es ella la que decide que hay que comprar la lámpara LAGRA y la caja con tapa para la ropa NOSTALGISK sin que él pueda opinar nada. Y al niño que se aburre de que su madre lleve diez minutos mirando los cuchillos HAKE y así se lo grita desesperado mientras la madre le contesta que también ella se aburre cuando va a verlo jugar al fútbol. También me gusta mirar a la pareja que va a IKEA con la madre de ella o de él y que al final es ésta la que decide que la cortina WILMA es la que mejor vestirá la casa de la pareja. Y así un montón de gente diferente buscando mientras yo los miro. No creo que ninguno de ellos vaya a IKEA buscando trincheras aunque muchos de ellos con el paso del tiempo las necesitará. Y como no las compraron tendrán que hacerse una con la estantería BILLY, con la cuna LEKSVIK, con la pizarra MÂLA para que cuando se lancen los cuchillos HAKE, nadie salga aun más herido. De todas maneras no creo que vendan trincheras en IKEA, aunque yo creo que sería un gran éxito de ventas, te lo digo yo que me he tenido que construir alguna y sin instrucciones de montaje...

martes, 10 de noviembre de 2009

Biodramina

Siempre me mareaba de pequeño. En el coche, en el bus, en el tren, en un pedalo en el mar, o simplemente flotando con un colchón de aire. Mal equilibrio el mío. La Biodramina me acompañó durante toda mi infancia. Con el paso de los años me fui acostumbrando a esta rueda en la que giramos y dejé de marearme... tanto como antes. Existe un factor que hace que todo sea como es, que todo se repita de una manera constante. El día, la noche, enero, febrero y marzo, el verano, el invierno, todo se repite de una manera inagotable. Lo bueno, lo malo, lo mejor y lo peor. Nada ni nadie puede hacer que sea de otra manera. La culpa de todo la tiene la velocidad. La que de manera constante hace que todo gire siempre de la misma forma. La velocidad a la que gira la tierra sobre si misma y alrededor del sol. Una velocidad inalterable que marca lo que vivimos. Si todo girara a doble velocidad, los días tendrían la mitad de horas. Habría menos horas para dormir. Cada seis horas se haría de noche y cada seis horas se haría de día. Comeríamos en la mitad de tiempo, trabajaríamos la mitad... y tal vez tendríamos también la mitad de amores y desamores, seríamos la mitad de felices y también de infelices de lo que lo somos ahora. Todo por culpa de la velocidad. A mí me va bien la velocidad a la que giramos ahora. Ahora que ya no me mareo y que mi equilibrio se ha acostumbrado a esta velocidad, ahora que ya sé que todo se repite una y otra vez aunque me cueste aceptarlo, no es cuestión de volver a la Biodramina.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Inevitable

Los domingos eran días de muchas cosas de pequeño, pero una de ellas era el periódico y sus suplementos. En mi casa se compraba El País. Un domingo mi padre me hablo de un lugar donde había un muro y la gente tenía prohibido pasar de un lado al otro. No me habló del muro por casualidad. Ese domingo venía en un suplemento de El País un reportaje sobre personas que habían ideado diferentes planes para cruzarlo, la mayoría de ellos muy ingeniosos. Haciendo túneles, con globos caseros o construyendo un coche tan bajito que podía pasar por debajo de la barrera. Yo debía estar encantado con aquellas historias sobre gente que quería pasar de un lado del muro al otro. Así descubrí que existía un muro, que existía el Muro. Pasaron los años y un día como hoy de hace dos décadas el Muro se llenó de agujeros, era un buen final, el mejor, el inevitable. Yo ya hacía dos meses que era mayor de edad, así que también fue inevitable que quisiera ir a ver aquel muro que desde pequeño había alimentado en mi cabeza un montón de historias y que ahora se caía por su propio peso. A los pocos meses llegué a Berlín en tren desde los fiordos noruegos en aquellos viajes por Europa que hacía en verano. Y como era inevitable volví a casa con un trozo de aquel muro que guardo como un tesoro. Supongo que un día le contaré a mi hija todo esto, y espero que cuando ella sea mayor vaya a ver otros muros los cuales se hayan llenado por fin de agujeros. Y por supuesto que inevitablemente se traiga a casa un trocito de alguno de ellos.

jueves, 5 de noviembre de 2009

+

No sé si empiezo a ser un poco plasta con el tema...
http://www.notodo.com/v4/php/agenda.php?iagenda=1846#ficha

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Pasamontañas

Las casas tienen una pequeña ventana al mundo exterior. Bueno, no sé si al mundo exterior, mejor debería decir al rellano de la escalera. La ventana es tan pequeña que sólo se puede mirar con un ojo y la imagen que se ve suele estar distorsionada por los cristales con los que la hacen. Cuando de pequeño descubrí la mirilla de la puerta, me divertía mirando a través de ella y viéndolo todo distorsionado. Era divertido ver la cara de las personas de mi familia, o de cualquiera que llamara a la puerta, deformadas por ese ojo de pez. Mira siempre antes abrir me decía mi madre. A veces obedecer a una madre no es tan terrible. Una vez miré y era la policía. Vaya susto. Traían una carta para comunicarle a mi hermano que era inútil para realizar el servicio militar. Pero la parte más emocionante era observar a los vecinos como salían y entraban en sus casas. En el rellano de casa de mis padres había cinco puertas, cinco familias tras sus trincheras y por supuesto tras sus mirillas. Si yo miraba, ¿porque no me iban a mirar a mí cuando salía de casa? Esperando el ascensor me sentía observado, imaginaba cinco ojos mirándome detrás de cinco puertas. Así, que si el ascensor tardaba mucho, abandonaba y bajaba andando. Eso tenía un riesgo, que en cada rellano hasta el portal hubiera otros cinco ojos mirando a través de las cinco mirillas de cinco puertas. Tal vez, y sólo tal vez, todos eran espías de mi madre para ver si me quitaba el pasamontañas nada más cerrar la puerta de casa y que yo odiaba con todas mis fuerzas...