viernes, 30 de octubre de 2009

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Un poco de publicidad y enseguida estaré de nuevo con ustedes...

viernes, 23 de octubre de 2009

Oferta de empleo

Esta semana he recibido una carta con una oferta de empleo. El puesto ofertado era "Tatuador de árboles" y la empresa se llamaba "El bosque de los árboles tatuados". Para llegar allí tenía que seguir unas sencillas indicaciones. Debía cruzar el paso de cebra que va del mercado de San Vicente de Paúl al bar que hace esquina en la calle Mayor con los ojos cerrados. Al abrirlos me encontraría en "El bosque de los árboles tatuados". Así que hoy me he presentado en mi nuevo puesto de trabajo a las 9 como indicaba la carta. He cruzado el paso de cebra y al abrir los ojos he visto a Pedro y detrás de él un bosque con árboles tatuados, árboles llenos de corazones y nombres marcados con su navaja. Pedro se jubila, hoy ha sido su último día en el bosque y el primero para mí. Lleva toda la vida haciendo este trabajo. Dice que cada vez que alguien se enamora le llega una nota con los nombres de los emocionalmente perturbados, como llega la comanda a la cocina en un restaurante con los platos que han pedido los clientes. También dice que nadie quiere hacer ya este trabajo, que es un oficio casi perdido, y que es necesario para que quede registrada la locura de nuestra especie. Tardaré algún tiempo en hacerlo como él, pero me ha dicho que tengo madera de tatuador. Me ha enseñado un árbol de 38 años con unos cuantos corazones con mi nombre. Allí estaba mi árbol. Cada año crece el tronco y tiene un montón de corteza para tatuar corazones. Habrá que esperar que llegue una nota con mi nombre... hasta entonces seguiré tatuando los de los demás, y quien sabe si también el tuyo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Paraguas

Ser paraguas en Zaragoza no es nada fácil. Casi nunca llueve. Yo fui uno grande y rojo. Tuve cuatro dueños aunque sólo el primero pago algo por mí. Me compró en una tienda de chinos una mañana de lluvia. Mi primer dueño me colgaba de un perchero de forja. No tengo ninguna queja de él. Si amenazaba lluvia siempre le acompañaba a la calle. Le protegí del agua durante meses. Al llegar a casa me abría y me colocaba en la bañera para que me secara. No era de los que pensaba que si abres un paraguas en el interior de un edificio, atraes la mala suerte. Los humanos son muy dados a este tipo de cosas. Ver gatos negros, romper un cristal, pasar por debajo de una escalera o abrir un paraguas.

Un día se acabó mi suerte. Mi segundo dueño era amigo del primero. Fui prestado, y un paraguas que se presta, rara vez es devuelto. Nunca es buen momento para devolver un paraguas. Mi nuevo dueño no me utilizó por no romperme o perderme. Y entonces, ¿porqué no se lo daba a mi primer dueño? A su hijo le gustaba jugar al Zorro conmigo. Es uno de los usos que nos dan los niños. Aunque yo era largo, siempre estaba en desventaja con los paraguas plegables. Le daban al botón y disparaban, activando el mecanismo. Me alegro de no haber sido un paraguas plegable. No duran nada en manos de un niño.

Cuando ya empezaba a dudar de mi identidad y no sabía si era un paraguas o la espada del Zorro, una tarde de primavera, mi segundo dueño me dejo olvidado en un taxi. A diferencia de gatos negros, cristales y escaleras, los paraguas somos el objeto que más pierden los humanos. Cualquier sitio es bueno, un banco, un supermercado, un autobús, y en mi caso un taxi. Las oficinas de objetos perdidos están llenos de paraguas. Casi nadie se molesta en ir a recogerlos. El taxista ni se molestó en devolverme, así que éste fue mi tercer dueño. Hice kilómetros y kilómetros en el maletero de aquel taxi. Pensó que le vendría bien llevarlo, pero era de los que se pasan el día conduciendo y salen de casa sentados en el coche desde el garaje. Pasó una primavera, un verano y yo pensé en volverme loco. Allí encerrado, en aquel maletero, creía que me iba a derretir. Perdí la esperanza. Los pocos días de lluvia, oía el ruido del agua golpear el coche. Prefería ser destrozado por el granizo o perder mi forma cóncava por vientos huracanados. Es humillante convertirse en un paraguas convexo, pero mejor ser un paraguas convexo y mojado que uno cóncavo y seco.

Una noche cambió mi suerte. El taxi se estropeó al mismo tiempo que se puso a llover. El taxista me abrió mientras comprobaba el motor del coche. Acabó llamando a la grúa. Sentía la lluvia resbalando encima de mí de nuevo. Me acordé de mi primer dueño, de aquellas mañanas camino del trabajo, de las tardes de paseos cuando nos parábamos en los semáforos y nos juntábamos paraguas de todos los colores y tamaños, y de las noches de cines, teatros y cafés. Nunca más querría volver a aquel maletero. No, nunca más. Así que me negué a ser cerrado. El taxista lo intentó, intentó forzarme pero no lo consiguió. Primero el taxi y luego esto. Un día de mala suerte, pensó. Tal vez vio cruzar un gato negro, rompió un cristal o pasó por debajo de una escalera. De lo que estoy seguro es que no me abrió en el interior de un edificio. Me maldijo y me abandonó en plena calle.

Yo seguía mojándome, feliz por aquel golpe de suerte. Perdí el sentido y no se cuanto tiempo pasó hasta que apareció mi cuarto y último dueño. Iba acompañado de otras personas. Venían de fiesta bastante borrachos. Los humanos tienen imágenes en la memoria en las que aparecemos los paraguas. Mi dueño imitó la famosa escena de Cantando bajo la lluvia, otra chica intentaba volar como Mary Popins y después cerrarme para imitar a Chaplin. Ya era tarde, yo me había negado a ser cerrado y no había vuelta atrás. Pasé por todas las manos de aquel grupo y nadie lo consiguió. Era imposible. Mi último dueño no supo entrar en el portal de su casa con un paraguas abierto. Sin pensarlo me clavó en el cubo de la basura como una vela en una tarta. El resto no es difícil de imaginar.

Si tienes un paraguas, sácalo cuando llueva porque además de no mojarte, coloreas los días grises de lluvia...

jueves, 15 de octubre de 2009

Espejos


En casa de mis padres había un armarito encima del lavabo, uno de esos con tres puertas-espejo. Si abrías las dos de los lados y mirabas a uno de ellos, se veía la imagen multiplicada por el reflejo de un cristal en el otro hasta el infinito, bueno mejor dicho hasta que la imagen se cortaba en uno de los espejos. Me gustaba jugar a moverlos, asomar mi nariz y verla reflejada repitiéndose una vez tras otra, yo creo que por eso soy de nariz generosa. Ahora que ya no existe ese armario, de vez en cuando miro en el espejo del pasado, pero es un riesgo hacerlo. Sin saber porqué unas veces ocurre y otras no, el espejo del pasado se reproduce en infinitos espejos. Y allí quedo yo atrapado en imágenes que no quiero ver y que se repiten en todos esos espejos como en aquel armarito de casa de mis padres que estaba encima del lavabo. Sólo hay una manera de salir de ese espejismo, hay que romper el cristal original, el primero en el que miré el pasado... pero no es fácil. Así que me voy a dedicar en los próximos días a tirarles piedras a todos hasta que haga añicos ese espejo... el que me empeño en mirar siempre tentando a la suerte.

lunes, 12 de octubre de 2009

Cajas de zapatos

Lo primero era convencer a tu madre de que necesitabas una caja de zapatos para algo muy importante, criar gusanos de seda. La mía supongo que sacaría algunos zapatos viejos de su caja para darme el capricho, no sin antes soltar esas frases que soltaban todas las madres... pero te harás cargo tú de los gusanos, porque yo bastantes cosas tengo que hacer ya. Que siiii, pesada. Ya me lo contarás cuando se te mueran todos porque no los cuidas... Y eso era lo último que oías cuando ya tenías la caja y te ibas al colegio a conseguir gusanos de seda para criar. Me podía pasar horas mirando aquellos gusanos, tocándolos, dándoles de comer hojas de morera (que no recuerdo de dónde las sacaba), viendo como crecían, como se encerraban en hilos de seda y salían como mariposas. La caja tenía que tener ajugueritos para que entrara algo de oxígeno y no se murieran cuando la tapaba.
A veces imagino que todos vivimos en una gran caja de zapatos, y por la noche cuando alguien o algo la cierra y todo se hace oscuro, las estrellas sólo son esos agujeritos que alguien ha hecho en la caja para que podamos respirar. Ser gusano no está tan mal, pero no toda la vida. Llevo años tejiendo un capullo, y creo que me queda aun mucho por tejer, pero espero que algún día convertido en mariposa salga de esta caja de zapatos usados... como aquella que me daba mi madre a regañadientes cuando era niño.

viernes, 9 de octubre de 2009

Casettes

Nunca tuve un tocadiscos, así que tampoco vinilos. Lo mío fueron los casettes. La mayoría eran de 60 minutos, pero también tenía de 90, extra largos. Que hubiera sido de mi adolescencia sin aquellos casettes de Dire Straits, U2, Bob Marley, Kiko Veneno, Los Rebeldes, Silvio, Aute, Sabina, Ellis Regina, Rod Stwart, Mike Olfield... todos grabados, no había para más. Hubiera sido una adolescencia con otra banda sonora. Nunca podré olvidarme de cómo, con la ayuda de un boli Bic, rebobinaba cuando se enganchaba en el radiocasette y se salía la cinta. Tecnología punta. Recuerdo tener el casette preparado y estar escuchando la radio, esperando que sonara la canción del momento y darle al REC y al Play a la vez. Robarle la canción a los de la radio para poder oírla cuando yo quisiera. Era un ladrón de canciones. Un pirata... de los de antes, cuando había que currárselo para conseguir una canción.
Ayer decidí deshacerme del botín musical de aquella época. Me puse el parche en el ojo y con alguna cicatriz más de las que tenía en mi adolescencia saqué todos mis casettes del cofre del tesoro, que previamente tuve que desenterrar de un cajón. Mi hija me miraba en silencio, sin preguntar que eran aquellos objetos. Creo que le solté un rollo sobre aquellos años en los que la música se escuchaba de otra manera. Le pregunté que le parecía y me contesto tres palabras... "un poco raro". Después, camino del supermercado, tiramos dos bolsas llenas de casettes en el contenedor amarillo de los plásticos, dos bolsas llenas de la banda sonora de mi vida en formato casette. El parche me lo guardé en el bolsillo y las cicatrices me hubiera gustado tirarlas al contenedor de la basura. Al final tendré que ponerme tatoos de los que se pone mi niña y que salen en las bolsas de patatas fritas para que no se vean tanto.

lunes, 5 de octubre de 2009

Me largo


Quiero perderme un tiempo, no sé si mucho o poco, pero un tiempo. Quiero largarme de aquí, bien lejos de mí, quiero perderme de vista. Y cuando lo haga no quiero mandarme mails contándome como va todo, porque todo va como siempre, porque tengo la sensación de que todo se repite. No quiero mensajes míos al móvil, cuando vuelva de estar lejos de mí ya me contaré todo lo que me he perdido. Hasta entonces... bien lejos, y me lo digo muy en serio, necesito olvidarme, tener ganas de verme de nuevo, de tomarme un café con churros o darme un paseo en bicicleta conmigo mismo y que sea diferente. Hasta entonces... me voy, porque ya no veo más allá de mi nariz.