miércoles, 26 de agosto de 2009

Echar de menos

Te he echado de menos. Tú aquí y yo lejos. No han sido más de 20 días pero creo que el segundo ya te estaba echando de menos. Me he acostumbrado a ti, a tu tacto, a tu olor. A las noches que pasamos juntos sin poder dormir y a las que te abrazo mientras duermo. Tengo cosas que contarte, tenemos noche para hacerlo, para decirte que he visto estrellas fugaces tumbado en la arena, que he subido a un volcán, que no tenía aire acondicionado en el coche ni radio para escuchar música como ya sabes, que he tenido días lluvia y noches de sueños, que he pasado frío en agosto, que una amiga que nunca has visto se tiró desde una duna enorme y me mandó un sms para contármelo, que me cortaron el móvil por no tener dinero en la cuenta, y que he hablado con la persona que más quiero varias veces. Ahora ya estoy aquí y tú también, y de verdad querida almohada, te he echado de menos.

Regalos

Tengo un regalo para ti. En realidad es un regalo grande, de esos que aun niño le gusta abrir el día de Reyes. Tan grande que no te abarcan los brazos. Te regalo un paseo en bicicleta, , una tarta de queso, el despertar de un día de lluvia escuchando tangos con la ventana abierta, el bigote de Dalí, una nube de las que cubre Machupichu cada amanecer, el abrazo de una niña pequeña a la pierna de su padre, una peli tan bonita como Amelie, un menhir de una aldea gala, una canción que hable de amor y no de desamor, una guerra de agua, una paz sin toallas, un parche para el ojo y un barco pirata, una isla para guardar tesoros, una linterna por si te pierdes, un lago en el cráter de un volcán, una barca con cuatro remos, una carretera con curvas y una pastilla para el mareo, un hueco en mi cama, una habitación para ti sola, un trozo de hielo que llevaron los gitanos a Macondo, comerte media naranja sin pelar, el verano de un niño, el otoño de Buenos Aires, un cuadro de papel recortado, una nariz de payaso para que me hagas reír, una noche de luna llena dentro del mar, una chaqueta para los primeros días de frío, y una regadera para que nada se seque. Pensaba enviártelo, pensaba que no sé tu nombre, que no se dónde vives, pensaba que lo guardaré para cuando lo sepa. Pensaba que tal vez tu tienes otro regalo para mi y que no sabes como me llamo ni donde vivo. Pensaba que lo guardarás hasta que lo sepas. Tendremos que esperar.

sábado, 1 de agosto de 2009

Amores de verano

Fui a un colegio donde sólo había chicos. Ni siquiera he tenido primas de mi edad así que el verano era la mejor estación para relacionarme con esos seres extraños que eran las chicas. En verano si había chicas. Yo lo esperaba impaciente, como el que espera que un día de invierno nieve en esta ciudad de río y viento. El campamento de verano, la playa, la plaza de debajo de casa y la piscina eran los lugares de mis amores de verano. Duraban poco, pero ayyyyy, ¡cómo eran!, tan intensos que me pasaba todo el otoño soñando con otro verano, y por supuesto sufriendo. El amor de verano, aunque fuera un niño, también me hacía sufrir, nada era gratuito, el amor de verano tenía su desamor de otoño. Mi primer beso fue con un amor de verano, no podía ser de otra manera. Aquel rompeolas con un pequeño faro rojo al final fue testigo. Fue un beso salado como el mar, iluminado por una bombilla que repartía su luz entre los barcos y dos adolescentes para que nadie chocara contra las rocas. A veces pienso que en mi vida sólo caben los amores de verano, los besos salados y los faros con luces rojas. Si un día estoy convencido de que tengo un amor como aquellos de verano, me compraré una casita en una playa, en un lugar donde solo haya eso, verano, y con mi vieja mochila como único equipaje me iré allí con ella, para no tener un desamor de otoño. Para seguir viendo esa luz roja intermitente al final de las rocas.