sábado, 28 de junio de 2008

Nubes


Me gustan las nubes. A Bárbara le crece una planta en el pie. Nace en la suave curva de su empeine y le gusta descalzarse para que le dé el sol. Cuando nota el calor anaranjado y la luz con forma de sonrisa del sol, la planta crece, trepa por su pie y se enreda en su tobillo. Bárbara tiene tiempo para pensar, así que piensa, a veces en el metalenguaje. Pero hay otras que piensa en esa planta creciendo y enredándose por todo su cuerpo. Se siente abrazada. No es un abrazo por delante, de lado, o por la espalda. Es por todo el cuerpo. Así que puede dejarse en esos brazos largos y seguros que crecen hacia arriba. Directa a las nubes. A Bárbara le gusta viajar en nubes blancas. Las que más le gustan son las que tiene forma de perra. Se sube en ellas y viaja por su mundo de sueños, alegrías, frustraciones y sobre todo, deseos. Se pasea por las cosas ya pasadas y también sueña paseos imaginarios de un futuro que sólo ella inventa. Cuando quiere parar de pensar, pone su pie a la sombra, deja la nube con forma de perra en la que viaja y se agarra a su planta para descender hasta el suelo. Después Bárbara se calza y camina despacio hacia su mundo real. A menudo se quita los zapatos y vuelve de nuevo a su nube ayudada por una planta que la abraza como nadie lo ha hecho nunca. Y vuelve a soñar. Realmente no sé como es Bárbara, pero así la he visto hoy desde mi nube. La mía tiene forma de letras y también pasea por futuros imaginarios que sólo yo invento.

miércoles, 11 de junio de 2008

Leer

Me gusta saber leer. Hoy he buscado una sombra en la plaza de San Bruno y he leído un rato hasta que ha salido mi hija del colegio. No logro mantener mi atención mucho rato en el libro, cualquier cosa me distrae. Mientras leía estaba escuchando el sonido de una escoba barriendo la plaza. Un barrendero vestido de naranja barría cerca del carrito donde echa la basura. Dos niños pequeños jugaban con el carro, sacaban cosas de dentro y Luis, el barrendero seguía barriendo. Son sus hijos, estaban pasando la mañana con él. Su mujer, que también le acompañaba, se ha sentado a mi lado. Es mi marido, me ha dicho, ¿no lo despedirán porque lo sigamos verdad? No lo se, le he respondido mientras me encogía de hombros. Un pequeño silencio, una línea leída y otra frase de la mujer, que gusto leer ¿verdad? Un monosílabo, si. La verdad es que no le he dado importancia al comentario. Oye, ¿tu sabes donde me pueden hacer un certificado donde ponga que no se leer?, es que me lo ha pedido el abogado. No esperaba una pregunta así, jamás me lo había planteado. Esa mujer gitana no sabía leer y necesitaba un certificado de que era cierto. Ni idea, ha sido lo único que he podido contestarle. Se ha levantado y se ha ido con sus hijos. De repente me he dado cuenta de la importancia de su frase. Si, es un gusto saber leer.

Volcanes

ME GUSTAN los volcanes. Hace muchos, muchos años, cuando los elementos eran dioses, el dios sol se miraba cada día en los mares, océanos, ríos y lagos. Había encontrado un espejo para contemplar su belleza y su luz. Como la tierra no deja nunca de girar, el sol se miraba como la madrastra de Blancanieves en un espejo giratorio de agua. Un día cualquiera, uno como todos, estaba contemplándose cuando vio algo hermoso que brillaba. Era el volcán Atitlán. El sol, enfadado mandó a los vientos, a la lluvia y a la tempestad para apagarlo. Llovió durante meses hasta que convirtió el cráter en un lago. El lago Atitlán. Ahora, cuando deja de verse el sol, el lago comienza un baile inexplicable de olas. A mi me gusta pensar que es el volcán. Quiere volver a brillar, salir de las profundidades de la tierra donde está escondido y en ese intento hace que las aguas que lo apagaron se muevan. Tiene miedo a que el sol se entere y vuelva a mandarle vientos, lluvias y tempestades. Si pudiera, cuando va a amanecer, pararía la tierra y la haría girar en sentido contrario para ganarle tiempo al sol, y así otra vez, y otra y otra. En cuanto pueda iré una vez más a verlo y le contaré lo que yo se y él no sabe. Que si se atreve a brillar será tan hermoso que el sol confundido no podrá mandarle vientos, lluvias y tempestades porque su belleza, desde lo más profundo, desde el lugar en que se esconde, es más poderosa que el miedo. Es un volcán, como yo.

Cremalleras

ME GUSTAN los pantalones que tienen botones y no cremallera. Cuando era niño pasábamos los veranos en la piscina. Mis padres eran socios de una y aunque yo soñaba con ir de vacaciones a la playa, al final no se estaba tan mal allí. Una tarde me ocurrió algo espantoso. Quítate el bañador que está mojado y ponte el pantalón, me dijo mi madre. Supongo que saldría de casa con el bañador puesto y no tendría calzoncillo para cambiarme. Con 7 años no necesitas un vestuario para quitarte el bañador, así que te quedabas desnudo en cualquier lugar. Da igual como te vistas o te peines, las madres siempre te dan su toque final. Ven que te subo la cremallera y te peino, me dijo mi madre después de darle el toque final a mis hermanos. Pero la cremallera se quedo a mitad, atascada con la piel de mi infantil pene. Mi madre intentaba solucionar aquello mientras yo chillaba. Lo peor vino a continuación. Enseguida aparecieron otras madres, les encanta ayudarse entre ellas y dar consejos sobre las cosas que nos pasan a los hijos. El Batallón de Madres en Ayuda debió de tardar más de una hora en dar su toque final con aquella cremallera. Cuando tenía 15 años, y ya había dado el estirón, heredé un pantalón vaquero con botones en la bragueta de mi primo Javier. Era un Levis 501 desgastado y viejo. A mi no me importó, al revés, fueron mis pantalones preferidos durante mi adolescencia. Cremalleras, Nunca más.

Molinos de viento

ME GUSTAN los molinos de viento. Cuando era niño tenía miedo a la oscuridad. Ahora que estoy más cerca de los 40 que de los 30 mis miedos han ido creciendo con los años. Una vez oí que el miedo es como una montaña y que cada uno la sube y la baja libremente. Si tienes delante de ti una cordillera, una cadena montañosa de temores, puedes llegar a pensar que jamás serás capaz de atravesarla, crees que detrás de un pico viene otro y después otro y otro. Entonces aparece el mayor de todos, el miedo a los miedos. Te sientes pequeño, incapaz de ponerte las botas y la mochila y empezar a subir. La mayoría de los miedos forman parte del pasado y del futuro. En el presente los miedos desaparecen. El presente es llano, liviano, descansado, luminoso, suave, fácil. Se que mi cabeza inventa los temores, no lo se hacer de otra manera. Pienso si me estaré volviendo loco. Hay que estarlo para inventar fantasmas. Así que en esos momentos cojo el coche y me voy a ver los molinos de viento. Los miro con atención, con la misma que un niño mira las piezas de un juguete que acaba de desmontar para entender su funcionamiento. Los miro y no veo gigantes, sólo molinos que giran con el mismo viento que noto en mi cara y escucho el rítmico sonido de las aspas, acompasado, y constante. Muy loco tenía que estar El Quijote para ver gigantes, pienso. Me monto en el coche de nuevo, echo una última mirada, y nada, sólo molinos. Aun estoy lejos de la locura. En el fondo se que no veo gigantes por una sola razón, porque no los quiero ver.