miércoles, 11 de junio de 2008

Volcanes

ME GUSTAN los volcanes. Hace muchos, muchos años, cuando los elementos eran dioses, el dios sol se miraba cada día en los mares, océanos, ríos y lagos. Había encontrado un espejo para contemplar su belleza y su luz. Como la tierra no deja nunca de girar, el sol se miraba como la madrastra de Blancanieves en un espejo giratorio de agua. Un día cualquiera, uno como todos, estaba contemplándose cuando vio algo hermoso que brillaba. Era el volcán Atitlán. El sol, enfadado mandó a los vientos, a la lluvia y a la tempestad para apagarlo. Llovió durante meses hasta que convirtió el cráter en un lago. El lago Atitlán. Ahora, cuando deja de verse el sol, el lago comienza un baile inexplicable de olas. A mi me gusta pensar que es el volcán. Quiere volver a brillar, salir de las profundidades de la tierra donde está escondido y en ese intento hace que las aguas que lo apagaron se muevan. Tiene miedo a que el sol se entere y vuelva a mandarle vientos, lluvias y tempestades. Si pudiera, cuando va a amanecer, pararía la tierra y la haría girar en sentido contrario para ganarle tiempo al sol, y así otra vez, y otra y otra. En cuanto pueda iré una vez más a verlo y le contaré lo que yo se y él no sabe. Que si se atreve a brillar será tan hermoso que el sol confundido no podrá mandarle vientos, lluvias y tempestades porque su belleza, desde lo más profundo, desde el lugar en que se esconde, es más poderosa que el miedo. Es un volcán, como yo.

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