lunes, 3 de marzo de 2008

Amigdalas


Me gustan las amígdalas. De pequeño se me infectaban con una frecuencia alarmante. Tengo tres recuerdos de aquello. Los paños de agua fría en la frente para bajarme la fiebre, a mi súper madre, que por alguna extraña razón sabía poner inyecciones, y los comics que me traía mi abuela cada vez que estaba enfermo. En aquellos años sólo recibía regalos para Reyes, por mi cumpleaños y cuando estaba malo. Así que crecí con Mortadelo y Filemón, Asterix, Zipi y Zape, Super López, Anacleto agente secreto y otros locos personajes. Fui de aquella generación de niños que pasó por el quirófano para extirparle las amígdalas y que nos dejaron la garganta como una autopista de tres carriles. Ahora, afortunadamente, ya no se opera tan alegremente como entonces. Con nueve años me operaron la primera vez y con diez la segunda. Una amígdala no la quitaron bien, así que disfruté de un año extra de comics. Y fue justo en ese momento cuando descubrí el trueque. En la misma calle donde yo vivía, abrieron una tienda para cambiar tebeos. Cada cambio cinco pesetas. El local era viejo y el viejo que llevaba el negocio era un hombre calvo, con pelos en la nariz y muy mal humor. Parecía sacado de aquellos comics usados que se apilaban en las estanterías grises de su tienda. En varias casas en las que he vivido ya de mayor, he empapelado alguna pared con comics. Ahora los compro en el rastro de cosas usadas que ponen los domingos cerca de la plaza de toros. Ya no tengo amígdalas, ni abuela que me los regale. Ya no existe aquella tienda y supongo que tampoco aquel viejo gruñón. Pero en esas paredes empapeladas quedan trocitos de mis amígdalas, de mi abuela y de los años felices en que cambiar un comic sólo costaba cinco pesetas.

1 comentario:

Sofia Brito dijo...

Lembraste???? Eu já não as tenho!!!!!!!!!! lol