ME GUSTA el verano. Cuando era niño y llegaba el buen tiempo, nos poníamos los pantalones cortos. No eran como ahora, eran otras modas, horteras, muy horteras, pero además era un signo de que faltaba poco para el verano. Se me llenaban las rodillas de postillas, ese era otra señal muy visual de que había llegado el buen tiempo. En lugar de romper los pantalones largos y llevar parches en las rodillas del pantalón, las nuestras sufrían los juegos y las caídas. Y por supuesto los exámenes finales. Las ventanas bien abiertas para que 44 niños pudieran respirar. Eran grandes, de colegio antiguo. Un día, el viento me robó un examen. No lo hizo con malicia, sólo estaba jugando. Era un viento pequeño. No se si llevaba mucho tiempo enfrente de la ventana en la que yo tenía mi pupitre o pasaba por allí. Tal vez al verme decidió jugar con aquel niño que sostenía un examen en las manos. Nos lo habían dado corregido para que viéramos los fallos que teníamos. Era de matemáticas. Estaba escrito con rotulador rojo, un 8. Yo debía estar pensando en el campamento, en la piscina, en ver a mis primos cuando el viento me quitó el examen. Vi como se lo llevaba, como le daba vueltas por el aire sin dejarlo caer hasta que decidió jugar con un sombrero de un señor que pasaba por la calle abandonando mi examen a la caída libre. Si por lo menos me lo hubiera devuelto, no tendría que haber ido a contarle al Sr. Zapata el problema del robo. En verano lo vuelvo a ver. Alguna noche cuando estoy en la cama se asoma y me mira. El viento no tiene mucha memoria, seguro que no se acuerda de mí, ni de mi examen. Este verano cuando lo vea le recordaré que cuando tenía pantalones cortos y postillas en las rodillas me robo un examen de un 8.
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