ME GUSTAN los armarios. Compartía con mi hermano habitación y un armario hecho a medida. Dentro estaba toda nuestra vida, ropa, libros, fotos, juguetes y dos camas abatibles que cada noche sacábamos y cada mañana mi madre recogía guardando sueños y cansancio pegado a los colchones. Los sueños pasaban el día encerrados, se iban acumulando entre las maderas. Por la noche venían todos a saludarme cuando ya estaba dormido, por eso se repetían tanto. El sueño que más me gustaba era uno en el que de repente me acercaba a una gran pendiente y salía volando. El corazón subía hasta la garganta, por eso no podía gritar, como cuando íbamos en el SEAT 124 de mi padre por la vieja carretera de Huesca y pasabas por los cambios de rasante. Mamaaaaaaaaaaaaaa, gritaba cuando me saludaba el sueño de terror, y mi madre en camisón se sentaba en la cama, me daba la mano y me preguntaba, ¿a qué tienes miedo?, nunca supe contestarle. En la adolescencia me levantaba soñando, decían que era sonámbulo. Ahora se que no es cierto, que cuando no quería que me saludaran todos los sueños como cada noche, cogía uno y me iba a otra a habitación de la casa, lejos de aquel armario donde sin que nadie lo supiera se amontonaban miles de sueños de historias de miedo, amor y aventuras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario