Me gusta el Tiovivo. Ahora los Tiovivos tienen coches de bomberos, naves espaciales y dinosaurios. Cuando era pequeño sólo tenían caballos que subían y bajaban. Yo miraba el caballo que más me gustaba mientras esperaba. Cuando paraba, salía corriendo para subirme en él y que nadie me lo quitara. Le entregaba la ficha al feriante y me disponía a tener tres minutos de felicidad absoluta a la vez que daba vueltas y vueltas, y saludaba a mi madre con la mano cada vez que pasaba por delante de ella. En el Tiovivo, los caballos de detrás parecía que te estaban siguiendo, pero nunca te alcanzaban. Mi madre sonreía y saludaba. Ahora soy yo el que está mirando y saludando a mi hija. No se si mi hija siente que le persigue el coche de detrás, ni se si siente esos tres minutos de felicidad absoluta que yo sentía. De lo que estoy seguro es que yo no sonrío como lo hacía mi madre. A veces, cuando la vida no es un Tiovivo de caballitos que suben y bajan, me gustaría estar subido en uno de ellos y tener la certeza de que todos los momentos de dudosa felicidad no me alcanzarán nunca porque allí esta mi madre, sonriéndome.
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