ME GUSTAN los molinos de viento. Cuando era niño tenía miedo a la oscuridad. Ahora que estoy más cerca de los 40 que de los 30 mis miedos han ido creciendo con los años. Una vez oí que el miedo es como una montaña y que cada uno la sube y la baja libremente. Si tienes delante de ti una cordillera, una cadena montañosa de temores, puedes llegar a pensar que jamás serás capaz de atravesarla, crees que detrás de un pico viene otro y después otro y otro. Entonces aparece el mayor de todos, el miedo a los miedos. Te sientes pequeño, incapaz de ponerte las botas y la mochila y empezar a subir. La mayoría de los miedos forman parte del pasado y del futuro. En el presente los miedos desaparecen. El presente es llano, liviano, descansado, luminoso, suave, fácil. Se que mi cabeza inventa los temores, no lo se hacer de otra manera. Pienso si me estaré volviendo loco. Hay que estarlo para inventar fantasmas. Así que en esos momentos cojo el coche y me voy a ver los molinos de viento. Los miro con atención, con la misma que un niño mira las piezas de un juguete que acaba de desmontar para entender su funcionamiento. Los miro y no veo gigantes, sólo molinos que giran con el mismo viento que noto en mi cara y escucho el rítmico sonido de las aspas, acompasado, y constante. Muy loco tenía que estar El Quijote para ver gigantes, pienso. Me monto en el coche de nuevo, echo una última mirada, y nada, sólo molinos. Aun estoy lejos de la locura. En el fondo se que no veo gigantes por una sola razón, porque no los quiero ver.
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