Mi tío Paco era tío de mi padre, y todos lo conocíamos como el tío Paco "el de la pentanca". Yo ni me acuerdo de él, pero supongo que mis padres lo llamaban así porque era un gran aficionado a la petanca. De pequeño teníamos una petanca con la que jugábamos cuando íbamos a la playa a Alicante. Después tuvimos una petanca de las de verdad, no sé a que fin, pero la tuvimos. Tal vez en honor del tío Paco "el de la petanca". Si el tío Paco saliera de su tumba y se sentara a ver la tele estos días conmigo, lo iba a flipar. No por Gran Hermano, ni por Intereconomía, ni por la Champions, lo iba a flipar por el Curling. Esa petanca nórdica que se juega sobre hielo en lugar de la tierra seca de Zaragoza, que usan unos zapatos con suela deslizable por el hielo en lugar de las alpargatas, que llevan unas escobas en la manos y tiran unas piedras en lugar de pelotas de metal. Hoy había partido femenino entre Suecia y Canadá. A mi tío Paco le hubiera encantado verlo, seguro. Es uno de los pocos deportes en el que los participantes no son atletas fuera de serie y pasan de los veintitantos. La mayoría tienen más o menos mi edad, incluso hay jugadores de más de cuarenta años. Mi tío Paco lo tiene complicado para ir a las próximas olimpiadas, pero si desde mañana empiezo a entrenar en esto del Curling, tal vez yo si tenga alguna posibilidad de participar. Y quien sabe si los hijos de mis sobrinos dentro de muchos años me conozcan como el tío Jose "el del Curling".
refugio: (del lat. refugium). Lugar adecuado para refugiarse. Edificio situado en determinados lugares de las montañas para acoger a viajeros y excursionistas. Zona situada dentro de la calzada, reservada para los peatones y convencionalmente protegida del tránsito rodado.
lunes, 22 de febrero de 2010
lunes, 15 de febrero de 2010
Bolis
¿Y para qué quieres tú eso?, me preguntó mi madre cuando le pedí que me comprara un boli de aquellos que tenían cuatro colores. Era gordo, azul de mitad hacia un lado y blanco hacia el otro donde estaban las palanquitas que cambiaban la tinta de color. En esa misma época yo soñaba con algo que después le pasaría a Amelie. Descubrir un agujero secreto detrás de un rodapié, o de una baldosa, o dentro del armario empotrado del pasillo. A veces daba pequeños golpes para ver si sonaba a hueco alguna pared o el suelo de la casa. Me hubiera gustado encontrarlo, pero no fue así. Alguna vez pensé en hacerlo yo mismo, pero antes o después sería descubierto. Si lo hubiera hecho, tal vez ahora habría aparecido Amelie en mi vida. Me observaría desde lejos, sin que yo pudiera verla, pensando en como hacerme más feliz, me haría llamadas a cabinas de teléfonos para indicarme la siguiente pista, pintaría rayas con tiza en las escaleras de mi casa, entraría en la de mi vecino sin ser vista para que dejara de tocar el acordeón todo el día, me enviaría fotos suyas vestida como el Zorro, y yo iría cada mañana al café donde trabaja para verla mientras desayuno y tal vez un día de esos me devolvería todo lo que habría encontrado en el hueco de la pared de aquella casa en la que nunca metí ni unas fotos ni ese boli de cuatro colores que mi madre me compró cuando era pequeño.
viernes, 12 de febrero de 2010
El Sr. Francisco
El Sr. Francisco murió en acto de servicio. Se lo encontró su mujer muerto en el ascensor de la casa de mis padres, era el portero. Ellos vivían en el último piso, en "la casa del portero", un apartamento pequeño y frío en invierno, y pequeño y caluroso en verano. Crecí viendo cada día al Sr. Francisco en su garita, con su boina tapándole la calva y mirando por encima de sus gafas de leer cada vez que atravesaba el patio mientras él hacía quinielas. A veces me cruzaba con él en algún rellano mientras fregaba la escalera. Solía poner cara de enfadado cuando yo le pisaba lo fregado o manchaba algo. Aun así, a mi familia nos trataba bien. Creo que era porque mi padre le daba un buen aguinaldo por navidad. Yo pensaba en que vecinos le debían dar aguinaldo y cuales no. Yo resumía la relación de los vecinos con el portero sólo por ese hecho. Era pequeño y todavía no entendía la complejidad de las relaciones vecinales con su portero. Sí alguna vez lo veía discutir con alguna vecina, la causa estaba en el aguinaldo de navidad. A veces me lo encontraba con la cara negra, y cuando digo negra quiero decir negra. En invierno además se encargaba de echar carbón a la caldera de la casa. Había dejado el pueblo y su rebaño de ovejas para venirse a la capital, y allí estaba él, vigilando su territorio, el patio, la escalera y los rellanos, la caldera, y ayudando a mi madre cuando venía cargada con la compra del mercado. En mi época universitaria trabajé varios veranos como conserje. En el paseo de Sagasta no eres portero, eres conserje. No fue difícil, pero no porque sea fácil, las relaciones con los vecinos siendo conserje dan para escribir un libro, no fue difícil porque crecí en una casa con portero, el Sr. Francisco.
martes, 2 de febrero de 2010
Dibujos animados
Si fuera un dibujo animado los golpes no dolerían, podría chocar con un muro y salir ileso, una máquina me cortaría a cachitos, me inflaría como un globo y saldría volando, me ardería el pelo, caería desde un rascacielos y haría un agujero en la calzada con la forma de mi cuerpo, los ojos saldrían de mi cara medio metro y volverían de nuevo, miles de voltios me freirían como una sardina, podría caer en un volcán y hacerme cenizas en segundos, correr con una hacha en la cabeza, tragarme una bomba y explotar, ser arrasado por un tren mientras estoy atado a la vía, llenarme el cuerpo de cepos al ritmo de plás, plás, plás, ser engullido por el mar y perseguido por un tiburón, corneado por un toro de afilados cuernos al que se le ve respirar como una cafetera, enterrado vivo, asfixiado por una anaconda, chafado por un yunque, perseguido por un correcaminos, molestado por una pantera rosa, podría comer jabalíes con los galos, tener la piel amarilla y el pelo azul, vivir en una ratonera huyendo de un gato, o ser un diminuto que duerme en una cómoda caja de cerillas, y cada nuevo capítulo estaría como si no me hubiera pasado nada en el anterior. Pero no lo soy. No soy un dibujo animado, así que cada pequeño movimiento sísmico en el corazón me deja una marca en la razón. Es curioso, pero la racionalidad es proporcional a las marcas del corazón. Así que a estas alturas seamos racionales, que no somos dibujos animados...
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