Hace bastante que no lo veo, perdón, que no los veo. Son dos. El mayor es un anciano de más de 90 años que apenas puede caminar solo y el joven es un treintañero latinoamericano que lo acompaña cada mañana al Café Moderno. Hasta aquí todo normal, anciano que tiene un cuidador que se ocupa de él y que posiblemente vive en su misma casa. El anciano toma café solo y el joven infusión de menta. Cada día, antes de ir al Moderno, compran el periódico justo al lado de su casa. El anciano es un hombre de rutinas. De alguna manera los ancianos necesitan las rutinas igual que los niños. Una vez sentados en la misma mesa de cada día, y cuando el camarero ya les ha llevado el café solo y la infusión, el joven cuidador le lee el periódico al anciano en voz baja. Éste le escucha sin prestarle demasiada atención... hasta que llega a las páginas de las esquelas. Entonces cambia la postura corporal, más cerca del lector y escucha los nombres de las personas fallecidas el día anterior y los recordatorios de los que murieron ese mismo día pero en otro año. Espera escuchar el nombre de otro tipo, pero hasta la fecha no lo ha conseguido, no ha habido suerte. Aquel tipo le privó de algo hace muchos años y el orgullo se le enquistó. De tanto sacarlo del cajón, llegó un momento en que se quedó para siempre, orgullo crónico. Él lo sabía, pero es igual que tener otras enfermedades crónicas, son para toda la vida. Así que el orgullo le había llevado a desear que la muerte le llegara antes al otro, a desear ver su esquela en el periódico. Como hace un tiempo que no lo veo, es posible que la muerte se haya acercado antes a él que al otro tipo. No sé como se llama, si no yo mismo miraría las esquelas a diario, para ver si por fin este anciano ha podido descansar de una vez y quitarse el orgullo de encima...
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